Carta a mi hijo sobre la responsabilidad profesional
Hoy amanecí con el deseo de escribirte una carta, sé
que hoy no vas a entender su contenido, pero cuando
te recibas, me gustaría que la sacaras del cajón de tus
recuerdos y entonces estoy seguro que la entenderás. Lo
que hoy te escribo es producto de la experiencia de mi
ejercicio profesional como Contador Publico, pero sé que
te servirá en la profesión que libremente hayas elegido.
Hijo, a veces estudiamos una carrera para la que no
tenemos vocación, pero estoy seguro que si te decides
a amarla, la amarás más que a tu propia vocación. En mi
caso, amo más a la Contaduría Pública que al Derecho, mi
vocación.
Antes de ejercer una profesión enséñate a amar a Dios,
luego a ti y después a los demás. No esperes a que te amen
para amar, te ayudará a no sufrir.
Debes comprender que en la vida hay éxitos y hay
fracasos. Aprende a no vanagloriarte por los éxitos ni a
sentir depresión por los fracasos, porque en la vida todo es
pasajero y nada es definitivo. Hay éxitos que se tornan en
fracasos y fracasos que se tornan en éxitos. Deja que las
evaluaciones sean las que te adulen y no te conviertan en un
soberbio. Tampoco permitas que las críticas te hagan sentir
fracasado. Se tu propio centro de evaluación. Evalúate en
todos tus actos, pues los demás te pueden engañar y tú
puedes engañar a los demás, pero nunca podrás mentirle
a tu conciencia, pues sólo ella sabe si estás dando todo lo
que puedes en tu cotidianidad.
Logra siempre un equilibrio en tu vida,
no sólo dediques tiempo al trabajo.
De nada sirve tener éxito profesional
si no lo tienes en tu vida personal.
Hijo, los abuelos dicen: «El trabajo no mata, pero las
preocupaciones sí.» Así que preocúpate menos y trabaja
más. En tu ejercicio profesional aprende a darle fuerzas a
tus palabras cumpliendo lo que hablas o prometes, y exige
de una manera clara y tranquila lo
que te corresponde.
Hijo, en todo tiempo
y en dondequiera que
estés demuestra tu
cultura, tus valores,
tu educación. Nunca
pierdas el estilo, aunque
otros lo pierdan contigo. En
el ejercicio profesional actúa
con responsabilidad, pero
sobre todo, no antepongas los
honorarios al espíritu de servicio.
«Siembra servicio y cosecharás
éxito», es un precepto bíblico.
Recuerda que el cliente –el trabajono
es nadie, sino de quien lo realiza
o presenta el servicio. No te olvides
de agregar un poco de buena voluntad
y buen intención; de hacer las cosas
y ayudar, pues esto a veces es más
importante que tener los conocimientos y no
querer utilizarlos en beneficio de los demás.
Cuando te soliciten un servicio, cumple y da
algo más. En el ejercicio profesional es difícil
cumplir los tres honestos: Ser honesto, honesto,
honesto. Pero creo que en tus tiempos, esto no será
una opción sino un requerimiento.
En tu profesión manifiesta el espíritu de superación,
actualízate de manera permanente. Apóyate siempre en
los avances tecnológicos pero nunca te olvides del sentido
humano de las cosas. Una vez que hayas aprendido algo,
dedica siempre, aunque sea una mínima parte de tu tiempo
a enseñar, pues enseñando es como se aprende mejor.
Cuando requieran tus conocimientos, dalos. Despójate de
egoísmos, pues es dando conocimiento y no recibiéndolo
cuando se tiene mayor desarrollo profesional. Nadie
puede pedir si nunca ha dado.
Logra siempre un equilibrio en tu vida,
no sólo dediques tiempo al trabajo. De
nada sirve tener éxito profesional si no
lo tienes en tu vida personal; mantén un
equilibrio del tiempo que le dediques a
tu persona, a tu familia, a tus padres y
a Dios. Cuando sientas que todo te
sale mal y que todo está en contra,
saca de tu billetera los pequeños
detalles que hayan tenido tus hijos
contigo. Pues yo, hijo, cuando
estoy triste
y deprimido
saco tus
cartitas de niño en las
que me decías: « ¡Papi, no
puedo esperar ni un minuto
más para decirte que TE
QUIERO!», y por obra y
gracia del Señor me pongo
optimista y continuo con
mis responsabilidades
y con deseos de
vencer todos los
obstáculos.
Reconoce siempre que si Dios no lo quiere, por nosotros
mismos no somos capaces de mover un dedo. Así que
debes estar consciente de que todo lo que haces es
porque Dios te lo permite. Al amanecer y al anochecer,
arrodíllate y agradece al Altísimo por todas y cada una de
las bendiciones recibidas.
Hijo, nunca olvides que te quiero. Cuando
eras un niño te preguntaba intensamente:
« ¿Quién te quiere, quién te quiere?» Y
tú me respondías: « ¡Mi papi, mi papi! »
Por último, quiero decirte que la historia
olvida las palabras, más nunca la magia
y la hermosura de los hechos. Deseo
que en tu caminar te encuentres
cardos, nardos y la sonrisa del Señor.